miércoles, 3 de marzo de 2010

PROPÓSITO PARA UNA AFLICCION

¿Alguna vez has orado por algo o por alguien y no ves respuesta?, tal vez te has sentido hasta frustrado y has llegado a pensar que Dios no te escucha o quizá las espera de la respuesta te desespera.
Así se sentía Ana, una mujer que tenía un esposo que la amaba mucho, pero no tenía hijos, (1a. Samuel 1), ella lloraba, no comía; cada año iba a Silo a la casa de Dios a ofrecer sacrificios, considero que Ana estaba muy enfocada en su necesidad de ser madre, imaginando lo satisfactorio de la maternidad y cada año hacía lo mismo y no pasaba nada, seguía frustrada, hasta que un día se decidió a dar un paso más allá, cambio su forma de orar, se atrevió a pasar un tiempo de intimidad con Dios (solo ella y Dios), y ahí lloró desconsoladamente, y enseguida tuvo una nueva revelación de Dios, de como pedir, ¡cambió su forma de orar!:
1.- "Señor Todopoderoso, si te dignas mirar la desdicha de esta sierva tuya y, si en vez de olvidarme, te acuerdas de mi...." (1a. Samuel 1:11a) ella pidió gracia (recibir lo que no se merece), en su dolor y desesperación tocó el corazón de Dios y en su toque la gracia se derramo.
2.- "...y me concedes un hijo varón, yo te lo entregaré para toda su vida..." (1a. Samuel 1:11b), ella entregó su deseo a Dios, pidió conforme al propósito de Dios, ya no pidió un hijo porque se sentía sola o desdichada, o para que ya no fuera señalada estéril. Ana entregó su necesidad para los propósitos de Dios.
Samuel (pedido a Dios), el hijo de Ana, no fue tan solo la respuesta a la necesidad de una mujer, sino que se convirtió en una pieza clave dentro del pueblo de Israel, además "El Señor bendijo a Ana, de manera que ella concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas..." (1a. Samuel 2:21).
Su aflicción la obligó a mirar a Dios y como resultado su hijo Samuel sirvió en el tabernáculo. La historia de Ana demuestra que del dolor amargo puede brotar una gran promesa, si ese dolor lo lleva uno a Dios.
"Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia.
Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espiritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cual es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios.
Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito." (Romanos 8:25-28) (NVI)